SÁBADO,
día 14
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Evangelio: Mateo 10, 24-33
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“... Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano,
que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu
pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién
irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame...”
- Esta perícopa del
profeta Isaías es importantísima para comprender su mensaje. Fue escrita en
torno al año 724 a .
de C., año de la muerte del rey Ozías. Marca la conclusión de un período de
prosperidad y de autonomía para Israel y le sirve al profeta para destacar un tema
que le es propio: la santidad y la gloria eterna de un Dios que trasciende con
mucho toda grandeza humana y es «el Santo de Israel»
por excelencia. Es por este Dios por quien se siente llamado Isaías. El
escenario es el templo de Jerusalén y la antropomórfica descripción del Señor
sobre el trono, rodeado por los serafines (criaturas con semejanza humana, pero
dotadas de seis alas), refleja las representaciones del Oriente próximo, si
bien la solemnidad y el arrebato de Isaías dicen mucho más.
- La triple
repetición del «Santo, santo, santo» intenta
expresar la infinita santidad de Dios, su trascendencia, su absoluta diferencia
respecto a aquello que, por ser terreno, se corrompe o sólo es limitado. El
sentido de la presencia de Dios lo proporciona tanto el temblor de las puertas
del templo como el humo (v. 4), semejante, en la función de significar la
gloria de Dios, a la nube que cubría el tabernáculo durante el tiempo que
permaneció Israel en el desierto. En este punto queda Isaías como turbado,
abrumado por el sentido de su indignidad, ligada a su pecado y al del pueblo,
frente a la infinita pureza y santidad de Dios. Viene a la mente Ex 33, 20: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo».
Sin embargo, Dios no quiere la muerte del hombre e interviene a través de un
acto simbólico de purificación, con el que expresa que se trata siempre, ante
todo, de una iniciativa de Dios y no del hombre (vv. 7ss).
- El Señor se dirige
aún a la asamblea de los serafines, que son consultados sobre el gobierno del
mundo (v. 8a); sin embargo, de manera indirecta, la voz del Señor interpela y
llama a Isaías para que, investido por la gloria y por la santidad de Dios,
vaya a profetizar en su nombre: «Aquí estoy yo,
envíame» (v. 8b). Es la plena disponibilidad de quien se deja
invadir por un Dios que salva.
-
Durante seis días, a partir de hoy, vamos a escuchar al profeta Isaías. En el
Adviento aceptábamos sus anuncios de los tiempos mesiánicos; aquí, los
capítulos de su vocación como profeta en Judá, en aquellos tiempos calamitosos.
Contemporáneo de Oseas su acción se centra en Jerusalén. No todo el libro
atribuido a Isaías parece que es suyo, sino que hay aportaciones de sus
discípulos. Las lecturas de esta semana pertenecen al primer bloque (capítulos
1-39) del auténtico Isaías.
-
También en esta ocasión, la iniciativa es de Dios. El amor que Dios tiene a su
pueblo pone en marcha la dinámica de una vocación; en este caso la de Isaías. Y
a pesar de la pobreza del llamado, de su conciencia de ser indigno, el mismo
Dios lo prepara para la tarea, purificándole de cuanto le dificulta para la
misión. “Aquí estoy yo, envíame” (v.
8b) es la actitud del que se siente poseído por Dios y por su causa.
-
Muy sugerente relato el que se nos ofrece hoy para nuestra vida y caminar. Ser
consciente de que la iniciativa es de Él; Él mismo me prepara y me purifica
para la misión; y... disponibilidad abierta ante la “invasión” por parte de
Dios... todo un CAMINO a vivir y experimentar. ¡Necesario revivirlo también,
hoy, en mi vida, en tu vida, hermano/a!
“... Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que
su amo, ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su
amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!
No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse;
nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche, decidlo
en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis
miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma... Y si uno me
niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo...”
- Mateo recuerda, de
una manera decididamente explícita, las coordenadas esenciales entre las que el
discípulo «permanece» en su vocación. Lo
hace a través de algunas situaciones que caracterizan el acontecer de los
enviados. En primer lugar, se trata de ser como el Maestro (v. 25), de
encontrar en él el único motivo y el único modelo de nuestra propia existencia
y de nuestra propia misión; de tener, como él, fe en el Padre, de abandonarnos
con confianza a su voluntad. La adhesión al Señor crucificado y la confianza en
la providencia divina constituyen los términos de la relación vital que libera
al discípulo de todo miedo (el triple «no temáis»: vv. 26. 28. 31) y de los
condicionamientos humanos, y dirigen su libertad a optar por servir al
Evangelio.
- El discípulo sabe
que el servicio al Evangelio no es un proyecto de vida en el que desaparecen
ingenuamente la conflictividad y las rupturas. Éstas podrán llegar incluso a
las relaciones familiares, porque sólo es posible anunciar el Evangelio en la
medida en que vivimos el seguimiento y la adhesión a Cristo de una manera
radical (Mt 10, 37).
- Anunciar el
Evangelio es «confesar a Jesús ante los hombres», una actitud exactamente contraria a la
de Pedro, que la noche del arresto renegó del Maestro, jurando que no le
conocía (27, 74). El don de la comunión con él, ofrecido por Cristo a sus
discípulos («Eligió a doce para que estuvieran con él»: Mc 3, 12), es algo que no debemos
olvidar, ni siquiera frente al peligro de perder la vida. De esta solidaridad
con el Hijo del hombre, un don que viene de lo alto, depende el juicio sobre la
vida del discípulo (vv. 32ss).
- Continuamos
con la catequesis misionera de Jesús a los suyos en la que no les oculta la
existencia de dificultades y persecuciones, como le ha ocurrido a él mismo. Y
de nuevo, aunque de forma velada, se pone él mismo como ejemplo a imitar: él, a
pesar de las persecuciones, se ha puesto en manos del Padre que cuida hasta de
los gorriones del campo. Ésta es la actitud que deben adoptar sus discípulos y
caminar con ese aire y convencimiento, porque el mismo Jesús saldrá en ayuda de
los suyos “... yo también me pondré de su parte ante el
Padre...” (v. 32)
-
Por eso, el “no tengáis miedo...” (vv. 26.
28. 30), frase repetida de forma reiterada en esta reflexión, es la clave que
ofrece para afrontar la tarea evangelizadora y la vida. No les promete éxitos
fáciles, ni que todo el mundo la va a recibir bien; al contrario, el discípulo
no será más que el Maestro. Pero... “no tengáis miedo”:
quiere convencerles de esta verdad.
- Y
quiere convencerme a mí, a nosotros, de esto mismo y de cara a la tarea a
realizar. Ésta es la oferta del Señor Jesús: estará con nosotros aún en medio
de las mayores dificultades y oscuridades. Ojala me abra y acoja su propuesta
de presencia y de cercanía... ¡Cuánto bien puede hacerme! ¿Nos animaremos,
hermano/a?
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