jueves, 12 de julio de 2012


VIERNES, día 13

Oseas 14, 2-10
CLAVES para la LECTURA
 
 
CLAVES para la VIDA
Evangelio: Mateo 10, 16-23
CLAVES para la LECTURA
CLAVES para la VIDA

“... Israel, conviértete al Señor Dios tuyo porque tropezaste con tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios... Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos...”

- Es el último vaticinio de Oseas, admirable tanto por el contenido como por el arrebato lírico-afectivo. El profeta proclama una vez más el amor apasionado de Dios por Israel, expresando, en primer lugar, la invitación a volver al Señor con conciencia del propio pecado (vv. 2ss). Se trata, en sustancia, de la llamada repetida por otros profetas para que Israel se muestre, esencialmente, en consonancia con el espíritu de la alianza (Am 5, 21-24; Is 1, 10-17; Miq 6, 6-8; Sal 50, 8-21; 51, 18ss).
- En respuesta al compromiso penitencial del pueblo que se entrega a Yahvé, persuadido ahora de la inutilidad y del daño de cualquier recurso a las potencias extranjeras (Asiria) y de toda confianza ilusoria en las propias iniciativas al margen de Dios (v. 4), en respuesta a esto, decíamos, el Señor mismo saldrá garante de un futuro de esperanza para el pueblo (v. 5).
- El punto decisivo de la perícopa reside en el despliegue de unas imágenes bellísimas de la naturaleza: Dios se compara con el rocío, que vivifica lo que era árido. De esta suerte, el pueblo vuelve a tener la lozanía de la flor del lirio. Se parte de la magnificencia del próvido olivo y de la fragancia del Líbano, cuyos cedros difunden perfume, para expresar el reflorecimiento de Israel en cuanto acepta volver al Señor (vv. 6ss). Pero, a continuación, se compara al Señor mismo con un árbol a cuya sombra descansará la gente, sacando nuevas fuerzas para hacer florecer, como la vid, toda la nación (v. 8). Dios es, para un Israel renovado por completo, alguien que vigila y escucha. Es como el ciprés, el árbol firme, fuerte, perennemente verde: metáfora de la omnipotencia de Dios, que permite a Israel dar frutos todavía (v. 9). El v. 10 cierra la perícopa confiando a los sabios la comprensión de todos los vaticinios. Para el autor de esta expresión conclusiva (que tal vez no es Oseas), la sabiduría es caminar con rectitud por los caminos del Señor.
- Terminamos la lectura del profeta Oseas con claras perspectivas de esperanza y reconciliación. La página de hoy es como el guión de una celebración penitencial, con un diálogo entre el pueblo (que se arrepiente) y Dios, que le perdona y le promete volver a empezar su relación de mutuo amor y fidelidad. Eso sí: la iniciativa, como siempre, la tiene Dios, ofreciendo su perdón: Israel, conviértete al Señor Dios tuyo...” (v. 2).
- El quehacer de Dios es inmenso: Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan... seré rocío para Israel... brotarán sus vástagos...”. Y todo ello por una acción directa y cuidada de este Dios; su amor por este pueblo lo tiene atrapado y no puede hacer otra cosa. Es la confesión que el profeta realiza porque así lo he experimentado en su relación con este Dios. No nos salvará Asiria...” (v. 4) es la respuesta emocionada del pueblo.
- Ha merecido la pena escuchar con detenimiento durante estos días al profeta Oseas. Su mensaje ha sido de una profundidad sin límites y nos prepara para entender el mensaje y las acciones que Jesús va a realizar, como expresión nítida de la voluntad salvífica del proyecto de amor. Aceptarlo, hoy y aquí, en mi vida; vivirlo y ofrecerlo a los demás... ¡es la TAREA que me queda!



“... Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros...”

- La perícopa está penetrada toda ella por la fuerza dramática, aunque salvífica, de la pertenencia a Cristo. El «he aquí» inicial introduce esta nueva enseñanza sobre la misión. Se trata de trillar los caminos de la mansedumbre y de la no violencia, aun siendo conscientes de estar rodeados de un mundo feroz y agresivo.
- La imagen de las ovejas asimila al evangelizador con el Cordero «que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29): aquel que cargó con nuestras iniquidades y nuestros dolores (Is 59, 11), para realizar el proyecto de un Dios que quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2, 4). La mansedumbre y la no violencia del evangelizador no son nunca, sin embargo, debilidad, ni simpleza ni, menos aún, masoquismo. Se trata de vivir dos virtudes que parecen, aunque no lo son, opuestas: la prudencia de la serpiente, como ejercicio de una inteligencia vigilante, realista y crítica, que se sustrae al engaño, y la sencillez de la paloma, como ejercicio del proceder limpio y confiado, propio de quien sabe que está en las manos de un Padre omnipotente y bueno.
- La exhortación a llevar cuidado con los hombres (cuando se trate de «lobos» dispuestos a tramar perfidias) cae, por tanto, de la parte de la prudencia; la exhortación a no preocuparse por lo que haya que decir, poniendo más bien toda la confianza en el Espíritu del Padre, que se ocupará de inspirar lo que haya que decir, cae, en cambio, de la parte de la sencillez. La perspectiva de lo que tendrá lugar antes del triunfo definitivo de Cristo no es una perspectiva rosa: el mal es engendrador de mal y agita las mismas relaciones familiares, llegando hasta las raíces de la vida (v. 21), pero quien soporte ser odiado (no a causa de sus propias fechorías, sino de Cristo soberanamente amado y seguido: v. 22) será salvo.
- Se trata, en definitiva, de perseverar en el obrar contra el mal, aunque intentando huir de los perseguidores (v. 23), con la certeza en el corazón de que, dentro del discurrir de los días, sigue siendo inminente la venida del Hijo del hombre, con su victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte (v. 23b).
- Seguimos en el discurso misionero, y el que ha “llamado” y “enviado”, no oculta las dificultades que conlleva la misión y las actitudes a vivir. Así, el Maestro pone en guardia a sus seguidores ante los acontecimientos que se les van a dar en su tarea: el rechazo y el desprecio, hasta el punto de sufrir por motivo de su causa; todo ello forma parte del envío.
 - Pero aquí surge la promesa y la seguridad: confiar en la ayuda que el mismo Dios les ofrecerá, ya que su Espíritu estará actuando a su lado y les dará su luz y su fuerza. Ésta es la única garantía. Y es que el “Hijo del hombre” vencerá definitivamente a todas las fuerzas del mal, también a la muerte; Él, pues, marca el camino a recorrer.
- ¡Aquí me encuentro yo! ¡Aquí estamos nosotros! Llamados y enviados, a ser anunciadores de la Buena Nueva, pero conscientes del posible rechazo e, incluso, sufrimiento y persecución. Y ello, sólo apoyados en esa confianza que nace en la presencia de Dios. En medio de nuestra cultura... ¡MENSAJEROS de la causa del Reino! ¿Animados a la tarea, hermano/a?

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