VIERNES,
día 6
Amós 8, 4-6. 9-12
“... Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que enviaré
hambre a la tierra: No hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra del Señor. Irán
vacilantes de Oriente a Occidente, de Norte a Sur; vagarán buscando la Palabra del Señor, y no la
encontrarán...”
CLAVES para la LECTURA
- El presente
oráculo en medio de las visiones, tan desconectado del contexto, es un claro
testimonio de la presencia de redactores tardíos en todos los libros del
Antiguo Testamento y, en concreto, en el libro de Amós. El lugar que ahora
ocupa está motivado como justificación de la visión cuarta en la que se
presenta a Israel como fruta madura a punto de caer. Su contenido es una
valiente y detallada denuncia de injusticias sociales. Tan realista y objetiva,
que, repetida en nuestros días, gozaría de la más palpitante actualidad. La
ambición de los poderosos es tan insaciable, que ya no celebran las fiestas
como dedicación a Yahvé, sino como pesada carga que, al no poder evitarla,
esperan nerviosos a que pase para poder continuar con sus negocios.
- Aparte de este
ansia por lo terreno, por lo económico y material que tanto les hace sufrir en
los días de descanso humano-religioso, no bien comienzan sus negocios, éstos
son de lo más sucio e ilegal. Las medidas disminuidas, los precios aumentados,
los pesos con fraude. La cesta de la compra del pobre es presa de las más
injustas violaciones. El abuso llegó a extremos inhumanos. El pobre y el
necesitado tenían que vender su libertad, su propio constitutivo de persona,
aquello que ni Dios mismo osa tocar, para poder subsistir a un nivel
infrahumano. No se puede reflejar con mayor valentía el pecado social de todos
los tiempos.
- El Señor «jura» hacer justicia (vv. 7-8). Y la hará «aquel día», tan impreciso como seguro, que
irá adquiriendo a lo largo de la literatura profética y apocalíptica caracteres
típicamente escatológicos. La descripción del «Día del Señor» está realizada
con los clásicos elementos de convulsión cósmica, símbolo de la transformación
intrínseca que han de sufrir todas las cosas. Según la moderna astrología, hubo
un eclipse de sol, visible en Palestina, el año 763 a . C. Quizás esto le sirviera
al profeta de referencia fenomenológica. Aunque así fuera, Amós sobrepasa los
hechos, literaria y teológicamente, para anunciar el castigo con los mismos
elementos que el pecado. Por eso todo lo que ahora es fiesta cantos y
ungüentos, quedará convertido en luto, elegía y calvicie. Toda la abundancia,
fruto de sus latrocinios con guante blanco, convertida en hambre y sed. Un
hambre y una sed que no será solamente de lo necesario para vivir
materialmente, sino de la misma Palabra de Dios. Sentirán el silencio de Dios,
el mayor castigo del hombre que ha sido hecho para Dios.
- Como borrachos o
desesperados caminarán en todas las direcciones «buscando
la Palabra de
Dios», el diálogo con Dios. Pero, terrible e incomprensible
castigo identificable con la condenación, «no la encontrarán».
Cuando el hombre pecó en el paraíso, fue Dios quien salió a su encuentro
brindándole su Palabra: «¿Dónde estás?». Ahora que el hombre desprecia la Palabra de Dios por su
profeta, será castigado con su ausencia cuando la busque. Ruptura de diálogo,
ausencia de Dios, condenación son términos sinónimos que exigen al hombre un
poco de reflexión. Israel y Judá experimentaron este silencio profético durante
cuatro siglos, hasta que les vino la
Palabra de Dios encarnada y permaneció entre nosotros.
CLAVES para la VIDA
-
El profeta sigue denunciando que las faltas contra los pobres son ofensas al
mismo Dios, y la lista que aporta tiene una inmensa actualidad. Pero ahora
resulta que Dios se solidariza con las víctimas de las injusticias y las
fiestas mismas de los poderosos se convertirán en luto. Hasta habrá “hambre de escuchar la Palabra de Dios” (v. 11), pero no
la tendrán y por eso andarán perdidos y desorientados. El olvido y el abandono
de la Alianza ,
por parte del pueblo, acarreará todos estos desastres.
-
Y, ahora, se anuncia algo terrible: la ausencia de Dios, de su palabra, y de
los profetas que la anuncien. Hasta tal extremo ha llegado la actitud y el
comportamiento de Israel, que Dios se va a “esconder”, para que de ese modo, el
pueblo sienta de nuevo, con fuerza, el deseo de Dios y la necesidad de su
salvación. Amarga experiencia que Israel la vivió a lo largo de siglos, hasta
llegar a la “plenitud de los tiempos”, con una presencia nueva y permanente de
Dios en medio de la humanidad.
-
Reflexiones del profeta que afectan a nuestra vida de forma directa y que en
Jesús de Nazaret asumirán una fuerza especial: lo que hagáis al hermano, lo
hacéis conmigo. No se puede eludir el planteamiento, si no es con el fin de
engañarnos. Ahí está este “viejo” mensaje, tan actual y necesario. ¿Lo habré
asumido efectiva y afectivamente, hermano/a? ¡Ojala!
Evangelio: Mateo 9, 9-13
“...Vio Jesús a un hombre llamado
Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: sígueme. Él se levantó
y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y
pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los
fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro
come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y dijo: No tienen necesidad de
médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa
“misericordia quiero y no sacrificios” que no he venido a llamar a los justos
sino a los pecadores...”
CLAVES para la LECTURA
- «Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (v. 13). Así podemos sintetizar, con
las palabras mismas de Jesús, el pasaje que hemos leído hoy. Prosigue éste el
tema iniciado con la curación del paralítico. Se articula a través de tres
momentos: Jesús llama a un publicano -identificado con Mateo- (v. 9); después
va a comer con los suyos a la casa del nuevo llamado (v. 10) y, por último,
responde a la objeción de los fariseos declarando su misión de salvador (vv.
11-13).
- Mateo (nombre que
significa en hebreo «don del Señor») está sentado en la oficina de impuestos.
El autor de este evangelio, aunque habitualmente sigue de forma fiel el relato
de Marcos, aquí -y sólo aquí- cambia el nombre de Leví, hijo de Alfeo, por el
de Mateo. Éste constituye, por así decirlo, su firma y su identidad de pecador
perdonado. En efecto, Mateo ejercía una profesión que tenía mala fama. Los
recaudadores de impuestos eran al mismo tiempo colaboracionistas de los odiados
ocupadores romanos y oprimían a sus compatriotas.
- Se comprende, por
tanto, el escándalo de los fariseos al ver a Jesús sentado a la mesa con
semejantes pecadores públicos, que se le acercaban en plan familiar. Jesús les
responde presentándose como un médico venido a curar a los enfermos. En efecto,
Dios dice de sí mismo: «Yo, el Señor, me
cuido de ti» (Ex 15,
26). ¿Qué enfermedad puede haber más grave que el pecado (Sal 103, 3), que nos
aleja de sentirnos amados por Dios? Cuanto más pecadores seamos, tanto más se
acerca el Señor a nosotros, porque tenemos necesidad de él y viene a buscarnos.
«Entended,
dice Jesús, lo que significa “misericordia quiero y no
sacrificios”» (Os 6, 6). A él debemos volvernos todos, porque no
será el culto exterior, los sacrificios y las expiaciones lo que nos cure, sino
el descubrimiento de su amor.
CLAVES para la VIDA
-
La llamada de Jesús a Mateo es profundamente significativa, dada su condición y
su oficio. Y esa llamada y la inmediata respuesta de Mateo no están
condicionadas por confesiones públicas de conversión o cosas parecidas. ¡Y mira
que este pobre hombre tenía motivos más que sobrados para pedir perdón y
expresar su cambio y conversión! Jesús llama, porque mira al corazón de las
personas; este hombre, Mateo, con ganas de “otra cosa”, no duda en responder positivamente.
-
Si impresiona la respuesta de Mateo, aún más impresiona la actitud del joven
Maestro, Jesús: “no he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores” (v. 13). Todo un resumen de su vida y de su
misión. ¡Impresionante! Resulta que el proyecto de Dios, que Jesús vive y en el
que se empeña, nos desborda a todas luces, nos cuesta entenderlo y, más aún,
aceptarlo. Es el proceder de Dios que se nos manifiesta en Jesús.
-
Para mí, para nosotros, puede y debe ser una actitud de vida y parte de nuestra
tarea, en esta realidad concreta, en medio de esta cultura. Hombres y mujeres
que saben, que buscan a los “perdidos”, a los “alejados”, a los que desean otra
realidad para sus vidas. Ser portador de la misericordia y de la capacidad de
acogida de Dios... he ahí la
INMENSA TAREA. Hermano/a, ¿nos animamos...? ¡Vale!
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