MARTES,
día 10
Primera lectura: Oseas 8,4-7.11-13
Así dice el Señor:
…Con su plata y su oro se han hecho ídolos, para su propia ruina.
…Siembran viento y
cosechan tempestades; su
grano no dará mies, ni la espiga, harina; y si la da, extranjeros la devorarán. Efraín ha multiplicado los altares, pero sólo para pecar. Aunque les escriba miles de leyes, las considerarán como de un extraño…
Les
gusta ofrecerme sacrificios y
comer la carne inmolada. Pero
el Señor no los acepta, sino
que recordará su iniquidad, les
tomará cuenta de sus pecados y tendrán que volver a Egipto.
El profeta Oseas
manifiesta el amor de un Dios que es grande en fidelidad y rico en misericordia. Sin embargo, proclama
asimismo la plena desaprobación de Dios respecto a la conducta de un Israel corrupto, cuyo corazón ya no está con el Señor. Estamos en tiempos de Jeroboán II y de las intrigas
que siguieron a su muerte: tiempos de
egoísmos desencadenados y de una
religiosidad insincera. Se trata de la alienación del querer gobernarse por sí mismos, volviendo a elegir
jefes no designados por Dios. El mismo culto, al exteriorizarse cada vez
más, se había contaminado, hasta construir, en tierra de Samaria, un becerro, que aunque no era al
principio un ídolo, sino la expresión de
la presencia invisible de YHWH, se deslizó después hacia la idolatría.
Oseas alude al
estallido de la «cólera de Dios»: una categoría bíblica que hemos de comprender de manera adecuada. No es Dios un personaje colérico y
vengador, sino alguien que se expresa como Amor en todos los sentidos del término. Precisamente por haber
creado al hombre libre y responsable
de sus decisiones, lo deja a merced de las consecuencias de la idolatría. Que experimenten los hombres lo que es un viento
tempestuoso que destruye el grano, lo que es un tallo sin la espiga, lo que es una cosecha presa de los
extranjeros. El castigo -la «cólera-
es, por tanto, consecuencia del
pecado y no un juicio externo y arbitrario de Dios.
Cuando la vida no
está en sintonía con el culto, multiplicar
los altares es sinónimo de pecado. Se trata de una clara alusión a la Ley del Sinaí. La
alianza nupcial es la relación de fondo establecida por
Dios con su pueblo, aunque en las condiciones
precisas expresadas por la Ley. Por consiguiente, sacrificar a Dios, olvidando lo que él quiere, es la insinceridad que condena Oseas en nombre del Señor. Precisamente esta insinceridad de la vida conducirá a Israel a
la esclavitud del exilio babilónico en el nuevo
Egipto.
Evangelio: Mateo 9,32-38
En
aquel tiempo, mientras los ciegos se iban, le presentaron un hombre mudo poseído por un
demonio. Jesús expulsó al demonio y el mudo recobró el
habla. Y la gente decía maravillada:
-Jamás se vio cosa igual
en Israel.
Pero los fariseos decían: -Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios.
Jesús recorría todos los
pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del
Reino y curando
todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos,
porque estaban
cansados y abatidos como ovejas sin pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros
a su mies.
La perícopa está estructurada en
dos partes. En la primera, tras el milagro de volver a dar la
vista a dos ciegos (9,27-31), libera Jesús del demonio y restituye el uso de la palabra a un mudo. La reacción es doble: gente maravillada, inclinada a reconocer las maravillas de Dios y,
en claro contraste, los fariseos insinuando que la obra de Jesús es una acción satánica. Inmediatamente después, introduce Mateo el tema de la misión,
presentando el carácter itinerante de la
predicación del Señor. Este no es, en
efecto, uno de los maestros al uso, que disponían de una morada fija a la que acudían los discípulos. En 4,23 lo describe Mateo
recorriendo toda la Galilea, pero aquí
se abre a una dimensión universal. Jesús
va por todos los pueblos y ciudades proclamando el Evangelio y curando todas las enfermedades (cf. v. 35).
El punto focal del
pasaje se encuentra allí donde el evangelista
capta el corazón de Cristo compadeciéndose de la gente cansada, oprimida, sin pastor (cf v. 36). Para comprender toda la intensidad que aquí se
encierra basta con referirnos al texto original griego,
donde la expresión «sintió compasión» traduce el verbo reservado sólo a Jesús y a alguna parábola que simboliza su «sentir» o el del Padre. El término
correspondiente en hebreo significa «útero», «vísceras». Se trata, por consiguiente, de la cualidad materna
del amor de Jesús por nosotros.
Nuestro mal le conmueve hasta tal
punto que se com-padece (= con-sufrir) hasta hacerse cargo de nosotros en su misterio de muerte y resurrección.
A continuación,
compromete Jesús a los discípulos a que pidan al Padre que suscite otras personas dispuestas a seguirle en una evangelización que asemeja a
la fatiga de quienes van a trabajar en
la siega. La imagen de la mies se «mantiene» aún: una oración litúrgica
actual nos asimila a Jesús y nos hace orar así: «Oh Dios, mira la magnitud de tu mies y envía obreros para que se anuncie el Evangelio a toda criatura».
Para nuestra vida
El
"endemoniado mudo" se puede (y se debe) referir a dos hechos que aceden todos los días y por todas partes: 1) El
hecho de la incomunicación, que se manifiesta en la falta de transparencia, de
confianza, de sinceridad o (lo que es
más grave) en el bloqueo del que se cierra en sí mismo, se aísla, establece distancias y así hace, de su
vida y de la de los demás, un
infierno. 2) El hecho del que calla lo que tendría que decir, pero no lo dice, para no complicarse la vida, no
crearse problemas, no comprometer sus
propios intereses. El silencio de los que tendrían que hablar y no hablan es un comportamiento demoníaco.
Porque eso hace que el mal se
perpetúe.
Lo que la
gente ve como una bendición, los observantes religiosos lo interpretan como cosa del demonio. El
distanciamiento y el enfrentamiento entre el
"pueblo" y los "religiosos" no es de ahora. Ha ocurrido quizá siempre. Ocurrió sin duda en vida de Jesús. Y
según el Evangelio, era el pueblo el que
conectaba con Jesús, mientras que los más religiosos veían en
eso al demonio. La religión, con extraña frecuencia, endurece el corazón de los más observantes. Y los
aleja del pueblo.
El Evangelio asocia la actividad de Jesús y el anuncio del Reino de Dios
con lo más humano que se puede hacer en la vida, que es ser tan sensible al sufrimiento de la pobre gente, que se va de
acá para allá, a donde haga falta,
para remediar tanto dolor, tanta pena, tanta humillación. Toda la
pastoral de los "pastores" no sirve para nada, si no hacen esto.
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