JUEVES,
día 24
Hechos de los Apóstoles 22,
30; 23, 6-11
“... Hermanos,
yo soy fariseo, hijo de fariseo y me juzgan porque espero la resurrección de
los muertos. Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y
saduceos y la asamblea quedó dividida... La noche siguiente el Señor se le
presentó y le dijo: ¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en
Jerusalén tienes que darlo en Roma...”
CLAVES para la LECTURA
- Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero.
Había subido a Jerusalén para visitar a aquella comunidad y había seguido, con
«incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo
descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le
permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene
ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva
intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al
cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana. Al día siguiente le
llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso.
-
Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la
resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les
hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo
Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos
tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos
-belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la
tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía
visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar
a la abierta rebelión contra Roma.
-
Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá
al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y
tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en
Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la
de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.
CLAVES para la VIDA
- La
historia de Pablo se precipita hacia el fin; en la selección de textos que
leeremos estos días, se nos ofrecen unos cuadros donde se nos narran algunos de
los pasajes. Y una cosa está clara: que la astucia de Pablo es notoria, e incluso
en esas situaciones de confusión es capaz de anunciar el núcleo de su fe en
Jesús, y éste resucitado. Con ello, además de librarse de un linchamiento
público, él sigue cumpliendo su misión, hasta llevar a cabo su “carrera”.
-
Pero la tensión se palpa, y el mismo apóstol recibe, una vez más, la visita del
Señor: “Ánimo. Lo
mismo que has dado testimonio a favor mío...” (v. 11). Y es
que el apóstol está apoyado por aquél a quien él anuncia. Es una experiencia
vocacional de llamada y de envío que se hace presente y le fortalece en estos
momentos de sufrimiento, y que le llevarán a la entrega total, imitando así a
su Maestro y Señor.
-
Infatigable en su tarea, en su entrega, hasta el final. Su conciencia
vocacional está presente y viva en el apóstol. Las dificultades no le achican
ni le hacen guardarse y quedarse escondido. ¡Inmensa lección de entrega heroica
al servicio del evangelio! Ahí es nada. ¿Cómo me encuentro yo en la tarea
evangelizadora? ¿Achicado y en actitud de reserva y de miedo? “Ánimo... has dado testimonio...”. ¡Ojalá lo experimentemos!
Evangelio: Juan 17, 20-26
“... Padre
Santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la
palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado...”
CLAVES para la LECTURA
- En
la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los
discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros
creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes
bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la
salvación (vv. 24-26).
-
Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le
pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los
creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada
por «lo mismo que» (=kathós), es decir,
por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre
ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente
vital, todos se hacen «uno»
en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal,
inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la
comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la
misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se
representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú
en mí» (v. 23a). En
Cristo se realiza, por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.
- A
continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los
discípulos con los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los
cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24). En la petición
final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir,
el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean
admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión
de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del
amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia
interior del Espíritu de Jesús.
CLAVES para la VIDA
- La Oración Sacerdotal
de Jesús nos alcanza, hoy, a todos nosotros, porque se expande a través de los
tiempos y lugares. Y es que su misión no se cierra en las estrechas fronteras
del judaísmo, ni en su entorno más inmediato. Sale fuera, llega a todos los
rincones. Puesto que el secreto de todo está en la UNIDAD que esos seguidores
vivan con el mismo Jesús: “que los que me
confiaste estén conmigo, donde yo estoy” (v. 24). Es así como
podremos captar la gloria del Padre que reside en el mismo Jesús.
- De
nuevo, Jesús insiste en que “les he dado a
conocer quién eras...” (v. 26): ésta es la Misión que marca su vida, a
la que dedica todas sus energías y su entrega. En la medida en que sus
discípulos entiendan el secreto de esta unión entre el Padre y Jesús, estarán
en disposición de anunciar al mundo el regalo del amor de Dios, como lo ha
hecho el mismo Jesús. Es su tarea.
- Y
es nuestra TAREA porque participamos de su misma misión. Trabajar y
construir la unidad es el deseo y la plegaria que dirige al Padre a favor
nuestro. Y ésta es la encomienda que nos deja para que... “el
mundo crea”. ¡Nos queda campo de trabajo!.. Todos los empeños
serán pocos, pero todos serán necesarios.
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