Viernes, día 1: San Justino, mártir
Primera lectura: 1 Pedro 4,7-13
Queridos: Se aproxima el fin de todas las cosas. Sed, pues, moderados y vivid sobriamente para dedicaron a la
oración. Ante todo, amaos intensamente unos a otros, pues el amor alcanza
el perdón de muchos pecados. Practicad
de buen grado unos con otros la
hospitalidad. Cada uno ha recibido su don; ponedlo al servicio de los
demás como buenos administradores de la
multiforme gracia de Dios…
Alegraos,
más bien, porque compartís los padecimientos de Cristo, para que también os
regocijéis alborozados cuando se manifieste su gloria.
Dando
un salto notable, se nos envía a la sección conclusiva de la
carta. La acreditación de la verdadera gracia de Dios, en la
que el apóstol pide que permanezcamos firmes (5,12),
culmina en la petición de permanecer en Cristo. Con su resurrección ha
entrado la historia en su fase última, está
encaminada a su cumplimiento. Esta
condición desemboca en un nuevo modo de
existir que se refleja en todas las expresiones de la existencia. Moderación, oración, caridad, hospitalidad
recíproca, valoración de los
carismas para la construcción del
pueblo, glorificación del Padre en Jesús: constituyen expresiones armónicas de esta vida regenerada.
Ésta es, al mismo tiempo, filial,
fraterna, partícipe de los sufrimientos
de Cristo, y está entretejida con la esperanza de la revelación de su gloria. El fundamento de todo es la
moderación (1,13; 4,7; 5,8) de los deseos (1,14; 2,11; 4,2ss), marco de la rectitud del vivir y del obrar. Los deseos, abandonados a sí mismos, obstaculizan la
oración (3,7; 4,7) y
nos impiden dedicarnos a la misma.
La
oración, a su vez, alimenta la caridad, y cuando ésta
es entendida como recíproca, sincera y cordial, constituye
el antídoto contra la malicia, el fraude, la hipocresía,
la envidia, la maledicencia, esto es, contra los pecados que acechan la paz
comunitaria. El amor a los hermanos (1,2; 3,8)
y la fraternidad (2,17;
5,9) son, por lo demás, centrales en
la visión del apóstol.
La
caridad se manifiesta en el estilo de la acogida recíproca;
cuando ésta reina, disipa el clima de chismorreo y de murmuración, de
sospecha, de juicio y de falta de confianza que corroe como
la carcoma las relaciones comunitarias. La
solicitud por los débiles en la fe es una clara
prerrogativa ulterior de comunidades vivas, potenciadas
por estilos de vida en los que las personas se
abren unas a otras y valoran la multiforme gracia de Dios
de la que están dotadas.
Aparecen
mencionadas de manera concreta dos expresiones de la misma
por el vínculo particular que tienen con el crecimiento de la
comunidad: el servicio de la Palabra de Dios, para la transmisión y la defensa del
evangelio, y las diferentes modalidades de la participación
en las responsabilidades comunes (el servicio litúrgico,
la ayuda a los pobres, etc.).
La
doxología final, caso único en el Nuevo Testamento, está
dirigida al Padre por medio de Jesús y a Jesús mismo,
«a fin de
que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo,
a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén» (v.
11).
Evangelio: Marcos 11,11-26
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían
las palomas, y no consentía que nadie pasase
por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar diciéndoles:
- ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le temían, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza.
Cuando se hizo de
noche, salieron de la ciudad.
El
acercamiento practicado por la liturgia, que lee de manera
seguida los tres hechos -la higuera (w. 12-14),
los profanadores expulsados del templo (vv. 15-19),
la exhortación a la fe (vv. 22-25)-,
nos invita a captar su conexión. Jesús tiene hambre y busca algún
fruto en la higuera, pero no lo encuentra.
Marcos, para subrayar el hecho,
señala que «no era tiempo de
higos».
El
acontecimiento tiene que ser encuadrado en el marco de
la revelación que está llevando a cabo Jesús. El tiempo
de la fe es salvífico, no cronológico. Jesús revela que
el Padre, en él, tiene hambre, tiene sed (cf_
la sed de
la cruz), no de alimento o de bebida, sino de amor, de
justicia, de rectitud, de respeto a su morada, de que se deje de profanar
ese templo santo que somos nosotros.
Para saciar esta hambre
y esta sed, es bueno todo tiempo y todo
lugar. Dios tiene sed de nuestra fe, de nuestra confianza sincera, no calculadora, de nuestra misericordia que perdona y cultiva la esperanza.
Estas prerrogativas de los corazones
libres insensibilizan cuando no se
entregan, cuando lo más profundo de nosotros mismos no es va casa de oración,
sino sede de tráficos ilícitos, de trueques, de compromisos. No podemos
decir que una cosa es imposible si Jesús la pide: él conoce nuestros recursos,
esos mismos que nosotros ignoramos o preferimos desatender para legitimar el hecho de que no los usemos. Su demanda
nos revela nuestro propio ser a nosotros mismos.
MEDITATIO
Tu petición, Señor, es palabra de vida. Tú no pides cosas
imposibles. Tú revelas las posibilidades que tu Palabra suscita, la
vitalidad que se desarrolla cuando te correspondemos.
Resulta arduo entrar en esta lógica de la
Palabra que hace nueva la creación e inserta en ella la posibilidad de la docilidad y del consenso.
Cada vez que siento a mi alrededor la
petición de saciar el hambre física
y moral y me eximo de escucharla porque me considero separado de ti, no me doy cuenta de que la petición que me llega del que tiene hambre procede
de ti, de que tienes hambre y sed de
aquello que tú mismo pones en mí
como germen y cuyo fruto quieres recoger.
También Pedro había pescado en vano toda una noche.
Pero tuvo el coraje de no desobedecerte y su red recogió
un número misterioso de peces. Cada vez que me aíslo de ti me empobrezco,
experimento una pobreza que me perjudica a mí más y antes que a los otros. El único efecto
seguro es que yo no concurro al bien de los otros.
En ocasiones, éstos obtienen por otros caminos lo que
piden: no lo reciben de mí, que, estéril, seco, árido, intento
recoger bienes sirviéndome de prerrogativas y posibilidades que me han sido
dadas para ser tu templo santo, alabanza de tu gloria.
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